Directo y Sin Barrera

 

jaime_ricardo

4.460,78 MOTIVOS PARA SER HERMANOS

Hay una página en Google que se llama: “Distancia Entre Ciudades”. Ingresando a la misma se puede establecer que entre Chapecó en Santa Catarina ,Brasil y Medellín, Antioquia en Colombia hay una distancia de 4.460,78 kilómetros en línea recta. 7.019,89 kilómetros para quien quiera hacer el trayecto por carretera con un tiempo estimado de 4 días y 3 horas. Guarismos exactos, fríamente calculados por geógrafos expertos en la materia. Cartógrafos dedicados a medir con exactitud distancias entre pueblos pero incapaces de establecer, ni remotamente, los lazos de hermandad que hoy pueden existir entre esos dos puntos trazados en línea recta dentro del mapa de Suramérica.

 

Solamente alguien terriblemente cobarde, como yo, huyéndole a la tristeza, escondiéndome del dolor que estoy sintiendo desde hace dos madrugadas cuando por motivos laborales estaba navegando en las redes dentro de un estudio de televisión y me encontré cara a cara con la devastadora noticia que me tiene impactado hasta este momento que me siento frente al teclado. Insisto. Solamente alguien terriblemente cobarde, como yo, ingresa a ese buscador de Google para encontrar una frase que me permita ingresar a este laberinto de plasmar en palabras y frases todo el dolor y la tristeza de la que me escondo desde hace dos días.

 

Hay que tenerlas, y muy bien puestas, para enfrentar a lo que tememos. Las tragedias, lo inexplicable de ellas, las secuelas que dejan a su paso. El llanto inconsolable de los deudos. Las contradicciones entre lo justo y la injusticia. A todo esto le temo y aquí lo enfrento por la necesidad de exaltar lo único positivo que he sentido en las últimas 72 horas.

 

Acabo de ver las imágenes del Atanasio Girardot. Templo del fútbol suramericano. Usualmente teñido de verde y anoche vestido de blanco. Miles de velas encendidas en vez de sus trapos verdolagas al viento. Las gargantas de sus barristas no gritaban las canciones del consentido Atlético Nacional sino que al unísono entonaban un “Dale, dale, Chape”. Sincero y desgarrador. Espontáneo y de corazón. Sin falsas poses de protocolo ni la rutinaria salutación del pésame habitual. No. Allí había solidaridad total del dolor compartido. La tragedia también la sentía todo Medellín y no disimularon su llanto para que se escuchara en Chapecó.

 

El tiempo, el implacable de Serrat, tenderá su manto y aplacará los gritos desgarradores de anoche. Casualmente, en el estadio del Chapecoense ayer también sus seguidores rindieron tributo y, probablemente hoy, igual que yo, vean las imágenes del Atanasio Girardot y sellarán una hermandad para el resto de la existencia. Serán hermanos de por vida. Nada une mas que el dolor y esta inclemente prueba a la que fueron sometidas estas dos ciudades marcó el comienzo de unos lazos de amor y esperanza. Verde esperanza. Verde como el color de las dos camisetas.

 

Me quedo con la frase del locutor de Fox Brasil comentando las imágenes del tributo en el estadio antioqueño: “Soy brasilero, pero de no serlo, me gustaría ser colombiano”. Quieren mas pruebas de lo que aquí les cuento?

 

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