El Goleador en su Laberinto

 

 

Todos nos emocionamos cuando lo vimos. Las imágenes de Giancarlo llorando desconsoladamente sobre el césped de Puerto Cabello, seguramente, le dieron la vuelta al mundo. Por lo menos, en Venezuela, fueron noticia en todos los medios y redes sociales. Hay que empezar reconociendo que no es usual. No es, para nada frecuente, que un gol de un jugador elimine las aspiraciones del equipo de su padre. Definitivamente, no es usual. Pero de allí al extremo de colocar a nivel de heróico, epopéyico o sobrenatural…hay un paso abismal.

 

Conozco a los Maldonado. Mas a Carlos que a su hijo. Incluso antes que el DT jugase fútbol profesional. Conozco a Saúl, a Dora y a los morochos. Ninguna acción noble o lícita de alguno de ellos me va a sorprender. Es gente formada y criada en un entorno de honestidad y esfuerzo. Núcleos familiares fuertes y sólidos que garantizan la probidad en sus actos. Como los conozco, no me sorprende.

 

Es común escuchar frases de elogio a alguien por ser buen hijo. También se acostumbra ponderar a un dirigente por ser honesto o a un futbolista por correr la cancha. ¡ Por Dios Santo! Eso para mi no son méritos. Son requisitos mínimos para existir, o al menos, sobrevivir. ¿Cómo va a ser meritorio tener un comportamiento adecuado, correcto y cariñoso con quienes nos trajeron al mundo? Honrar padre y madre, mas allá de ser un Mandamiento de la Ley de Dios, es una obligación que tenemos que cumplir hasta el fin de nuestros días y, el hacerlo, no nos convierte en candidatos al elogio. Ser buen hijo es apenas lo lógico. Tal como el ser buen padre.

 

Directivos, gobernantes o cualquiera que maneje dineros o bienes ajenos con honestidad, no pueden recibir el reconocimiento especial por hacerlo. Es una obligación actuar con ese criterio y de no ser así se convertirían en ladrones o delincuentes. No robar es la mínima exigencia que se le pide al prójimo. Mas aún , al que cobra por hacer una actividad. De paso, también es un Mandamiento.

 

Creo que no necesito ilustrar con mas ejemplos para establecer una comparación con lo sucedido en La Bombonerita el domingo pasado. Lo que hizo Giancarlo Maldonado era , sencillamente, lo que tenía que hacer. De no haberlo hecho, o ejecutar cualquier otra maniobra diferente, a propósito, lo convertiría en un bandido. Estaría robando a su equipo, engañando a una afición y ensuciando una profesión que le ha dado sustento a toda su familia. Fue emotivo, y hasta doloroso, de allí que justifiquemos su llanto, pero magnificar su acción entra en el terreno de lo telenovelesco o dramático. Cumplir con su deber con honestidad, para lo cual se le contrató y se le paga, no tiene mayores connotaciones ni trascendencia. Era , apenas, lo mínimo que podíamos esperar de un profesional.

 

Ahora bien. Una vez establecida la comparación, con sus paralelismos y conclusiones, tengo la obligación de resaltar que fue un momento especial. Que nos hizo reencontrarnos con lo bonito de la vida, que nos reconfirmó hasta la saciedad, que el fútbol es de los bellos regalos de la sociedad, que encierra en sus impredecibles situaciones, lo mejor de los seres humanos y nos lo enrostra sin tapujos. Confieso que se me apretó el pecho y se me asomó una lagrimita viendo al goleador en su laberinto. Solamente me queda darles las gracias. A los dos. A Carlos y a su hijo. Gracias por demostrarnos que, esa honestidad, cuestionada y extraviada, si existe. Que se puede ejercer. Gracias por no permitir que los detractores de oficio, los que detestan al fútbol sin haberlo vivido, hayan amanecido el lunes hablando de componendas o marramucias.  Gracias por la transparencia de sus actos. Sabemos que, desafortunadamente, en nuestro fútbol, todos no son como ustedes.