El Show de La Monita

 

En la otra cancha ¿otra cancha? Si, Yo, en condición de portero, considero que brindaba cierta seguridad, sólo que un día antes del juego inaugural en el último entrenamiento venía un balón a media altura, sin mucho peligro pero con tanta mala intensión que lo vi cuadrado, y defendiendo ese precepto de portero de ¡por aquí nada pasa!, levanto mis manos para detener el disparo de Aliro, siempre pegándole tan duro y tan cerca. En ese trayecto, se adelanta el meñique, al mejor estilo Neymar en el Santos de Brasil, tratando de hacer solo el trabajo, sin tomar en cuenta a los otros diez. Sólo yo fui testigo de la descoordinada pelea entre el balón y el viento, pelea que producía un sonido anormal, nada armónico como cuando se abre la tierra. Sólo yo sentí el dolor cuando la señora Genoveva me sobaba el dedo meñique, a las ocho de la noche, justo once horas antes del juego inaugural.

 

Todos los santos tenían las orejas rojas y calientes de tanto mencionarlos. Yo imploré como nunca la sanación de mi dedo meñique, pero a la mañana siguiente y justo antes de abrir los ojos, busco hacer un poco de tacto, pero desafortunadamente mis temores tomaron vida, y la noticia en los titulares de la prensa hubiesen sido: ¡El portero diestro y único en plantilla, amaneció lesionado! y en un apartado de la nota se hubiese leído ¡dedo meñique amaneció hecho trizas! afortunadamente no ameritaba del cubrimiento de los medios, pero más allá del hipotético y soñado impacto en los medios, la realidad era que La Placita no contaba con otro portero para ese partido.

 

En la otra portería estaba La Monita. Así le llamaban al portero de Las Agujas, el equipo rival. No estaba lesionado pero al igual que yo usaba un improvisado suéter de portero y carecía de guantes. Todo parecía bien en la portería del equipo rival pero La Monita cometió un error que Camisita – como se le conocía a nuestro entrenador- nos insistió antes del debut y era el de no comer antes del juego. Fisiológicamente es un error comer antes de cualquier actividad física, pero más allá de eso, jugábamos a una altura de 2600 metros sobre el nivel del mar, en pleno páramo merideño. Allí la fisiología cumple al pie de la letra sus teorías e inclusive las magnifica.

 

En los primeros minutos no se acercaban a mi portería. La lesión en la mano me descompuso, así que aplaudía internamente mientras la pelota estuviera lejos de mi arco. Debo reconocer además que poseía miedo escénico que se agudizaba cada vez que mi meñique levantaba la mano para recordarme que allí estaba él, con el firme deseo de dañarme el debut. Nosotros los de La Placita teníamos más llegadas al arco, corners, disparos a la portería y paremos de contar. Y así terminaba el primer tiempo. Arcos en cero, La Monita luciéndose y yo con una que otra intervención sólo para devolver la pelota. No recuerdo la charla a mitad de partido, pero debió haber sido algo así como métala al arco, de resto, el juego perfecto.

 

El segundo tiempo fue una retórica del primer tiempo. Catire, el más incisivo de nosotros le pega desde fuera del área, un poco recostado por derecha y no sé si fue la magia del palo o la súplica de La Monita, pero la pelota pegó en la mano del arquero, se va al palo y la pelota la vi zigzaguear sobre la línea de gol. Todo se detuvo, jugadores, árbitro, las posibles 300 personas alrededor de la cancha en plena Plaza Bolívar, pero menos Catire. Él levantó las manos en señal de celebración hasta que el balón llega hasta el otro palo que lo envía fuera de la línea de gol y saca la pelota para que posteriormente un defensa, despertando de ese Mannequin Challenge, la saca al tiro de esquina. No nos lo creíamos, eso era gol, era el gol del triunfo, el momento en que se rompería el cántaro de tanto recibir agua.

 

 Yo veía como La Monita gritaba desesperadamente a su entrenador, pero el tipo que seguramente dirigió ese juego y se marchó a retiro, no le prestaba la más mínima atención. Nos concentramos tanto en el gol que descuidamos la defensa. Los defensores de La Placita le pegaban al arco, centraban, hacían saques laterales rápidos para finiquitar el gol, de repente un zapatazo de un defensa coloca el balón a uno de esos delanteros que en mi pueblo llamamos “cazagüiri”, que no es otra cosa que un tipo que se pone las manos en la cintura a pegar gritos y esperar la pelota arriba. Esos tipos que tocan el paraíso cuando los juegos no cuentan con fuera de lugar o Liniers con buen juicio. Se viene hacía mí, y recuerdo que la pelota trastabillaba. Vi que el “cazagüiri” no tenía técnica para correr o manejar la pelota, para cruzar el balón a segundo palo o bañarme, no tenía ni la mínima idea de pegarle a tres dedos. Nada, pero el h…. me metió el gol.

 

Yo no podía creerlo, la verdad me paralicé, me inmuté. Allí llovieron los reproches, con toda razón, era la primera llegada de Las Agujas en los pies de un tipo que nació para arruinarme el debut. Camisita me llama antes de sacar de media de cancha. No había nada que hacer. Y me mete a jugar de delantero a ver si salvaba la patria.

 

Sigo escuchando como La Monita llama al entrenador y este parecía sordo. De repente y cuando Las Agujas ya estaba envalentonado y buscando el segundo gol de tiro de esquina, La Monita sale corriendo dejando la portería desguarnecida. Todo el mundo se echó a reír, pero al mismo tiempo incrédulos de la decisión del portero. Catire, siempre temperamental, le grita al árbitro que el arquero quería quemar tiempo. Yo miro la escena, pero al mismo tiempo busco respuestas de la decisión del arquero, que aparte de la rivalidad del momento había sido la figura del equipo contrario, aunque también en el podio hubiese entrado el “Cazagüiri”. No me lo recuerden.

 

El árbitro corre a hablar con el entrenador contrario. Hablan algunos 5 segundos y de repente el árbitro suelta una carcajada y sale a hablar con nuestro entrenador. El juego estaba suspendido porque Las Agujas no traía segundo portero tampoco y el tiempo de espera iba a depender de la disponibilidad de baño, papel sanitario y agua a 50 metros de la cancha, en la frutería más cercana. El regreso del portero los terminó de clasificar a la próxima ronda. Sonrisas, bromas, tiempo a su favor y un público complaciente con la naturalidad de aquel chico que minutos antes se había erigido como la figura dentro de la cancha – y minutos después- fuera de ella.

 

@jesusalfredosp