Los Encaradores… Una especie en extinción

 

 

Encarar, driblar, gambetear, perrear, regatear. Diferentes verbos que solamente se conjugan en primera persona. En singular. El sujeto nace, no se hace. Es la génesis de un juego que le da la vuelta al mundo y este verbo lo conjugan en todos los idiomas sin enredarse ni confundirse a la hora de aplaudirlo.

 

Todo nace en el uno contra uno, en el duelo personal. Es lo primero que juegas con tu hermano en el corredor de la casa o con tu amigo en el pasillo del colegio. Enfrentarse solos a ver quien supera al otro. Una y mil veces, sin dejarse robar el preciado tesoro: el balón. En esos interminables duelos de horas y horas hasta el anochecer, se fundamentan las bases para adquirir la habilidad de dejar rivales a su paso y la confianza de atreverse a proteger la bola a punta de amagues, cinturazos y enganches. En esos juegos entre dos, no existe el gol, no hay arquerías, solamente motiva el superar a tu rival personal  en recursos y control. Ah! Los túneles se cuentan aparte.

 

Luego vendrá, al crecer, la oportunidad de pertenecer a un equipo de fútbol “serio”. Afiliado a ligas competitivas donde la prioridad será ganar y no divertirse. Allí se llega avalado por las habilidades naturales, como la de encarar y regatear, pero el entrenador “serio” lo primero que hace es descargar su furia sobre aquel que se atreva a amarrar la pelota y no soltarla de primera. Te transmitirá una sensación de temor por perder la esférica, un miedo terrible a que te la quitan. Aprenderás que la redonda quema en los pies y que mientras más rápido te deshagas de ella será mucho mejor. Se sustituye el atrevimiento a driblar por las diagonales, coberturas, permutas, transiciones y relevos. Ya no driblas pero ocupas espacios y te sabes posicionar y, en vez de poseer el balón, desarrollas un instinto felino para recuperarlo. Ahora robas lo que antes regalabas.

 

Y en este resumido periplo llegamos al futbol actual. Al del siglo XXI. Donde todos los futbolistas son predecibles y todos los equipos juegan igual. A lo mismo. El fútbol donde los protagonistas son los técnicos y los futbolistas actores de reparto. Donde si ves un partido parece que los hubieses visto todos. El fútbol que extraña a los atrevidos encaradores. A esos locos divinos que con sus regates, amagues y recortes forjaron las bases donde se edificó el rascacielos de la pasión, del delirio. Porque sin pasión, el fútbol hubiese sido un deporte más. Sin delirio no habrían existido los ídolos.

 

Garrincha, Corbatta, Best, Sekuralak, serían cuatro nombres de arranque para trasladarnos a los cercanos Ronaldinho, Neymar, Maradona y Messi. En el camino habría una nutrida lista de genios que con su magia en los botines, han permitido mantener por décadas la ilusión de pagar una entrada, domingo tras domingo, soñando con  ver una jugadita linda. Mirar algo que no esté en las caprichosas pizarras de los DT. Romper la monotonía de lo predecible y robarles a los toros un “Ole”.

 

A muchos nos llaman líricos en forma casi despectiva. Nos miran de reojo, desconfiando de nuestra rara obsesión. Nos mandan al circo, si es que queremos divertirnos y nos colocan, excluyentemente, en la repisa de los dinosauros, quienes, paradójicamente, también se extinguieron como parecen extinguirse los encaradores.

 

Para los que piensen que esto es tema de lirismo o nostalgia, les recuerdo que los equipos que  ganen los duelos personales tendrán la primera opción de obtener la victoria. El regate es la llave maestra que abre los “catenaccios” y rompen los cerrojos defensivos. No confundir con los intrascendentes que buscan lucirse driblando para atrás a kilómetros del área rival. Hablo de atacar con el balón dominado y habilitando al compañero en el momento indicado.

 

Arranca el Torneo Apertura 2018 y pongo la lupa en los pocos sobrevivientes de esta estirpe. Se marchó Soteldo pero volvieron Cariaco González y Pulga Gómez. En la magia de sus regates y la capacidad de su atrevimiento reposan las posibilidades de asociar estética, pasión y resultados. Quedan pocos como ellos. Hay que disfrutarlos.

 

Ojalá en las caprichosas pizarras de los técnicos, en la hermética pluma de los analistas y en la ávida retina de los espectadores se encuentre un espacio para que los habilidosos se sigan reproduciendo y no robarle al fútbol su esencia. Y si… síganme llamando lírico.