Al más cordial de la ciudad de la Cordialidad

 

 

Antes de la masificación generada por la tecnología, informática, satélites, internet, facebook, whatsap, etc; los venezolanos teníamos que recurrir a nuestros propios medios para comunicarnos y tratar de ser cada uno. Hoy día, de verdad, cuesta diferenciar entre un chamo de Barquisimeto, uno de Caracas y otro de Maturín. Alienados por propuestas extranjeras inducidas en resúmenes de MTV o parodiando los raperos neoyorquinos, con sus mismas gorras, tatuajes, barbas desaliñadas y ademanes pandilleros… todos lucen exactamente iguales. Se ha perdido la esencia que nos identificaba por regiones, modismos, actitudes e idiosincrasia.

 

Los gentilicios han pasado a un segundo plano y forman parte de reminiscencias pretéritas ante la avalancha mediática que nos abruma. Hace unos años, era detectable, con un par de expresiones y algunos gestos, el origen de cualquier persona, pues eran muy marcados los rasgos originados en cada región, y por ende, en cada gentilicio.

 

Si tuviésemos que hacer un boceto de un tachirense comenzaríamos por su cordialidad. Origen del calificativo que distingue a San Cristóbal. Dibujaríamos a un ser de modales recatados, de hablar suave y pausado. Con excelente dicción. Sería servicial y noble. De bajo perfil para actuar pero de altísimo a la hora de trabajar y rendir en sus tareas. Priorizaría el respeto ante cualquier otra circunstancia y le hablaría de “usted”  hasta a los padres y hermanos. Haría de la hospitalidad un estandarte y lo llevaría a su casa para cederle su habitación y servirle el primer plato. Mostraría timidez natural y medida, en las primeras de cambio, y luego sería caluroso y efusivo sin perder la compostura del respeto. Mantendría el orgullo por sus montañas pueblerinas, el miche, la pisca, la aguapanela y los pastelitos. Y sin darnos cuenta, aparecería en el papel la imagen de Erasmo “Kike” Rosales.

 

La tachiraneidad no es otra cosa que el ejercicio del gentilicio tachirense. Los gentilicios no se enrostran ni se adquieren. Se ejercen y punto. Sin falsas poses rebuscadas para impresionar con actitudes exageradas, sino con la naturalidad de quien lleva el arraigo por su tierra en el ADN. Kike fue un tachirense apasionado por serlo y así nos lo demostró. Para quienes íbamos desde la capital a Pueblo Nuevo o cuando recibíamos la visita del Aurinegro en Caracas, éste pana destacaba del resto por su espontaneidad y autenticidad en el trato. Fue, en mi concepto, el Gran Embajador del Táchira.

 

Manuel Felipe Sierra no necesita presentación. Ciudadano preclaro y culto a más no poder. Reconocido por su arropadora presencia en todos los medios, basado en su vasto caudal de conocimientos que lo han hecho merecedor de un respeto a todo nivel. Director de Radio Venezuela cuando teníamos un programa diario de fútbol hace un lustro, aproximadamente. Su presencia, de por sí, intimidaba, y su aureola de sabio marcaba distancias entre todos los que laborábamos en la radio. Kike andaba por Caracas y lo invitamos un mediodía al programa.

 

Se tropezaron casualmente en la recepción de la emisora. Rosales no pudo ocultar su emoción al reconocerlo y, sin incomodarlo, lanzó todos sus anzuelos para buscarle conversación al personaje en cuestión. Manuel Felipe, un tanto remolón y con evidentes señales de apuro por almorzar, intentó, vanamente, de eludir las embestidas del novillo tachirense y terminó por caer subyugado ante la prosa envolvente de mi pana. Los alzamientos tachirenses de principios de 1900, sus caudillos, los montoneros liderados por El Cabito y Juan Vicente Gómez fueron el eje central de una increíble tertulia donde Kike abrumó al eminente interlocutor con nombres, fechas y detalles de la historia tachirense de la época. Quizás emocionado por la alta envergadura de quien lo escuchaba, soltó al vuelo lo mejor de su vasto repertorio de cuentos aleteando vivaces entre metáforas ajustadas y apuntalados por su inagotable imaginación, su verbo incandescente y la picardía para hacer cotidiano lo más complicado. Manuel Felipe pasó de ser catedrático imponente para rendirse a los pies del inesperado visitante con labia de encantador de serpientes.

 

A Kike lo tuve que arrastrar, literalmente, hacia el estudio para hacer el programa de fútbol y luego, como de costumbre, invitarlo a almorzar. Pero al Dr. Sierra le quedó grabada la imagen y el verbo de “ese gochito tan agradable y culto” por el que siguió preguntando constantemente, hasta mi retiro de esa emisora. Así era Kike. Apasionado por su Táchira. Conocedor de su historia y sus raíces. Orgulloso de compartirla con quien fuera y sin amedrentarse ante la omnipresencia de un letrado como Manuel Felipe. ¿Ya entienden cuando me refería a lo del Gran Embajador?

 

En el programa especial que hermanó a muchos profesionales de la radio, un colega sentenció acertadamente: “Kike no es del fútbol, Kike no es de los toros, Kike no es de la radio… Kike es de la gente”  Ninguna descripción ni anécdota podrá superar el contenido de esta  frase trascendental. En una ciudad donde todos se jactan y se pelean por ser el N° 1 de la radio, descubrimos, sin proponernos, al verdadero ídolo de los radioescuchas tachirenses: Erasmo “Kike” Rosales.

 

Vuela alto Kike. Vuela alto mi pana y ojalá aparecieran en mi camino más personas parecidas a ti.