El sueño de Maurizio

cuento Gustavito Durán

 

Mientras las olas golpeaban piedras vestidas de musgo mendigando minerales a millón, en altamar emulaban su inimitable sonido contra aquella embarcación. El agua iba y venía. Un vaivén que llevaba y traía nostálgicas historias porque para quienes aman el mar no hay otro lugar perfecto. Maurizio entró a la cabina y dejó a un lado los recuerdos.

–  Capitano, Capitano – gritó en célebre italiano. Algarabía, alegría, camaradería salieron a flote una vez que el del timón suelta la manivela y se da media vuelta.

–Maradonita, Maradonita – respondió con una risa inocultable. De inmediato, se produjo un sentido, mecánico y “quiebra huesos” abrazo.

Salieron de la cabina y re exploraron la música del oleaje, el mástil indomable, la magia de altamar. Se apostaban en unos barriles ficticios dispuestos a los costados y el Capitán levantó la mano para pedir dos cervezas.  Volvieron las sonrisas, como si una maravillosa historia no hubiese terminado.

–¿Qué tal la pelota? – le preguntó el capitán Martínez a Maurizio, ex cocinero del barco, especialista en cortes de morrón en julianas y brunoise.  Había partido a probar meses atrás en el Casoria, equipo regional napolitano, aupado siempre desde la proa, con la misma sensación de un barco que zarpa y deja cientos de hombres y mujeres nostálgicos ondeando sus manos.

La cubierta mutaba a cancha a las 5 de la tarde. ¡Mierda en el mar no hay horas si no anécdotas a tiempo y destiempo! Tripulantes y pasajeros se vestían de Messi y Maradonita porque en el “Porto di Napoli” solo hay un Maradona, el resto son atrevidos derivados motes, muestra de la magia y misterio del Diez.

Las gaviotas pasan de anónimas e indefensas decoradoras en las orillas, a protagonistas en altamar. ¡Ah, volar! El sueño humano sólo posible en aquella metamorfosis cinéfila de Los Pingüinos de Madagascar. Esta vez pasan en bandas, en millones tal vez, algunas coquetean con el barco y atestiguan la escena.

–La pelota no fue capitano – dice Maurizio con consuelo y desconsuelo, ambas sensaciones a la vez. Destiló sollozos, reflexiones y gratitud: –Mi mamá ha muerto, capitano y sólo conozco una manera de revivirla: en la proa, en su mirada, en su eterna cocina.