La revolución francesa de Deschamps

 

Un buen Mundial. Ni el mejor ni el peor. Aspectos en los que nada hay que reprochar al aparataje organizativo, bien aceitado por el presidente Putín y su gente. Lindos estadios, repletos sin nada que lamentar. Provechoso turismo deportivo. Desbordante tecnología invasiva de la intimidad del campo, con el protagonismo positivo pero excesivo del VAR. Cobertura de medios a cuatro manos. Caída de los ídolos y de las presuntas potencias.

 

¿Y del fútbol qué…?

 

Más allá de toda la parafernalia de la mejor fiesta deportiva que conozca el mundo, demostrando que el fútbol es la mayor religión universal, la de más convocatoria,  el Mundial de Rusia, a pocas horas de su culminación, con el categórico triunfo 4-2 de Francia ante Croacia, nos dejó un vació en el alma.

 

Esta vez la lucha se cocinó en las tácticas más cónsonas con los códigos de una guerra, que de la exposición de un sello característico, de una filosofía de juego, de una manera de ser, como ocurrió en otros certámenes, donde la propuesta futbolística remitía a innovadores, cuando no revolucionarios, conceptos. Brasil y España y la misma Francia del 98 nos remiten a buenos ejemplos.

 

El técnico francés Deschamps concibió a su andamiaje, antes que en su funcionamiento como selección, que trasciende a partir de las virtudes individuales, a la operatividad de un equipo que tiene la capacidad de reinventarse con el desdoble de sus hombres de acuerdo a la características y fortalezas del rival. Inteligente para provocar y sacar provecho del error y el despiste rival.

 

Francia nunca fue el mismo equipo así jugaran la misma alineación, en sus más sonadas victorias frente a Uruguay, Argentina, Brasil, Bélgica y en la final ante Croacia.

 

No hubo ninguna revolución francesa en Rusia, sino un equipo con mucha disciplina y concentración en sus roles, con notas sobresalientes individuales en el libreto de Griezmann, Kanté, Pogba y Mbappé, y una precisión de relojero en  la ejecución de la  pelota parada.

 

Si algunos intentaron dejar una impronta, que no les alcanzó, fueron la tenaz y resistente Croacia conducida por Luka Modric,  una figura efectiva y solidaria, omnipresente,  sin las dotes de vedette  malabarista con las que llegaron precedidos Messi, Cristiano o Neymar.

 

Nos gustó igualmente  Bélgica  que de la mitad del campo hacia el frente,  exhibió transiciones de manual con las sutilezas de Hazard, De Bruyne y la potencia de Lukaku.

 

Después, a todos nos costó mucho ver fútbol de alto vuelo, sólo a retazos habida cuenta de las defecciones de Alemania y España, el  desmoronamiento del bloque suramericano, sumado a la caída de los mejores augurios del continente africano.

 

El Mundial de Rusia 2018 es para preocuparse, no por la suerte de una Francia que puede radicar su reinado con esta magnífica generación de jugadores, sino por la carencia de inventiva del resto para rescatar al fútbol de lo antiestético e intrascendente, que pregona la búsqueda, de cualquier forma y costo,  del resultado.

 

En mucho tendrá que ver la desmitificación del gol como el condimento  en un deporte, que debe adoptar reglas más cónsonas con el espectáculo y el disfrute de los aficionados. Sugerencias que compartiremos y explicaremos en el próximo artículo.