La Vinotinto: Ilusión y Realidad

 

En el fútbol, como se estila en el boxeo, no se gana por un golpe de gracia, por un nocaut; por un jonrón con las bases llenas ni una nariz respingada y unos senos altivos y pronunciados en el Miss Universo. En el deporte rey juegan otros factores, decisivos, inevitables e ineludibles.

 

Nuestra Vinotinto hoy tiene la imperiosidad  necesidad de colmar las expectativas de un país hastiado de sus penurias, que se le metió entre ceja y ceja de que “Somos de Clase Mundial”;  slogan con demasiadas buenas intenciones para alentar el orgullo.

 

Que no tenemos gasolina, que apenas contamos con un dólar para sobrevivir mensualmente y que mantenemos una pugna sorda por encontrar el camino extraviado de nuestros mejores tiempos, ese no parece ser tomado en cuenta a la hora de avizorar a nuestro equipo nacional en la cita ecuménica de Qatar 2022.

 

Mayor compromiso el de nuestros jugadores, ese talento forjado a trocha y mocha, que se ha abierto camino en un universo en el que compiten con la desventaja de haber  surgido en medio de muchos avatares.

 

Vivimos  en un país en el que el fútbol no es un elemento cultural, de nuestra idiosincrasia, excepto nuestros sesudos comentaristas europeizados. No contamos con la infraestructura física, el marco adecuado como para generar deportistas para una élite en la que seguimos siendo una “rara avis”.

 

Y si a ello agregamos las desavenencias  e inconsistencias de nuestras organizaciones a nivel dirigencial, ya podemos encontrar contradicciones en esa calificación clasista que nos autocomplace.

 

El inicio de las eliminatorias suramericanas es nuevamente la escena donde buscamos la catarsis de nuestras horas difíciles como país. Y sobre nuestros jugadores, echar la carga de una responsabilidad mayúscula de arrearnos hacia la felicidad total de una clasificación.

 

Pero,  como en el deporte de las narices chatas, hemos dados alguna vez nuestros goles de gracia o tocado el cielo como en los certámenes de belleza,  o figurado como nuestros geniales peloteros en la Gran Carpa.

 

La Vinotinto de Richard Páez, la Sub-20 de Farías y Dudamel, nuestras bravías muchachas en los mundiales, no han representado,  como en el contexto de la historia mexicana,  ese Grito de Dolores, ese llamado a trascender en nuestra manera de concebir al fútbol como una oportunidad de oro de fomentar y promover una organización más cónsona, donde se erradique la improvisación, el inmediatismo y la buena de Dios para lograr los objetivos.

 

Ir a un Mundial de Fútbol puede ser la conquista de una meta apuntalada por una generación brillante de jugadores con un buen mando técnico. Está por confirmarse si la actual es la llamada a protagonizar tan esperado momento. Pero lo ideal es que sea el producto, la consecuencia,  del crecimiento orgánico,  coherente de nuestra organización.

 

Vale preguntarse si hoy somos más que Paraguay, Colombia,  Ecuador, Perú y hasta Bolivia en el plano estructural, que son a quienes debemos aplazar en sus intenciones clasificatorias. No hablemos de Brasil, Argentina o Uruguay, que están en una línea de renovación consistente  para redondear su proyecto.

 

Eso sí, no quepa duda, la Vinotinto le puede ganar a cualquiera si llegara a meterse en nuestros muchachos,  ese espíritu de superación, esa fuerza liberadora que genere el estallido de un país apabullado por tantas vicisitudes.

 

Un país descreído de sus líderes que no han tenido los mismos “guevos” que pidió Salomón Rondón a sus compañeros desde China, para rescatarnos del foso.

 

Ahora, de ahí a clasificar, tendrán que pasar muchas cosas que siguen sin pasar, en el fútbol en  esta sufrida tierra de Bolívar.

 

Vamos muchachos, a jugar, a creérnosla. Lo clasificación vendrá por añadidura. Dios sabe.

 

 @cdicksonp