Yo Celebro, Tu Celebras, El Celebra, Nosotros Arrasamos …

 

 

Algún iluminado, quien de seguro amaneció con la creatividad a millón, cierto día se le ocurrió denominar al gol como: “El Orgasmo del Fútbol”. Muchos feligreses del balón se hicieron eco de tal calificativo y, con el paso de los años, lo he escuchado repetir con relevante frecuencia. En este orden de ideas y dejando por sentado que el gol bien pudiese ser comparado con el consabido orgasmo, entonces, su celebración qué vendría siendo? ¿El Punto G del fútbol? ¿La eyaculación?. Menudo lío en el que me he metido pero necesitaba un preámbulo llamativo para adentrarnos juntos en el tema de las celebraciones  de los goles.

 

Hay un libro, que todavía no ha sido publicado; pero quien lo publique seguro se hará millonario, que mencionamos constantemente: Los Códigos del Fútbol… o como dijo aquel porteño ante una pregunta capciosa: “El fútbol es de códigos y vos de eso no tenés nada”. Para mí los códigos del fútbol no son otros que los de la vida misma. Honestidad, solidaridad, hermandad, sobriedad, laboriosidad y sobretodo… humildad. Después vendrán incontables ramificaciones e interpretaciones, según el caso, pero en estos códigos, en especial, el último mencionado, el de la humildad, se encierran gran parte de los 10 Mandamientos del Futbolista.

 

El fútbol es para los humildes. Los agrandados se detectan a kilómetros y, de entrada, se genera el rechazo automático. Tenemos la inmensa fortuna de disfrutar, simultáneamente, de las carreras de dos monstruos repletos de virtudes. Messi y Cristiano. Y aunque la polémica de sus actuaciones siempre genera controversia, la humildad del argentino contrasta con la prepotencia del madeirense e inclina la balanza a su favor.

 

Las celebraciones de los goles han pasado a ser tarjeta de presentación de algunos jugadores. Con el paso de los años hemos visto todo tipo de ellas, evolucionando en coreografías (Colombia 2014) trencitos, disparos con armas imaginarias, chuzas de bowling derribando compañeros…en fin. Son tantas que ya de por sí se hacen innumerables. La TV se ha hecho cómplice de la creatividad de algunos futbolistas que parecieran dedicar más tiempo a ensayar sus celebraciones que entrenarse.

 

México 70, el primer Mundial que vimos en vivo y en directo, nos dejó la postal de Jairzinho persignándose y arrodillarse luego de cada gol. Pelé prefería saltar sobre los hombros de un compañero y en las alturas levantar su puño. Esa fue la génesis de miles de celebraciones, pasando por el mensaje de Bebeto a su recién nacido en USA 94 y las poses tipo Hulk que nos obsequia Cristiano con su definición muscular acentuada por los gimnasios. El derecho a celebrar es de libre albedrío, con rienda suelta a la imaginación y derecho a no hacerlo, como decidió James Rodríguez en el Bernabeu, de donde salió por la puerta trasera, y optó por no pasar factura e incluso, ofrecer disculpas.

 

Me gustan las celebraciones espontáneas. Que fluyan naturales desde lo más íntimo. Sin ensayos previos ni complicidades. Todo según la calidad del gol, el momento y la trascendencia. Como la del “Avioncito” Richard Blanco que marcó en tiempo añadido para sellar el pasaporte de Mineros a la gran final. ¿Cómo quitarle su derecho a explotar de euforia? ¿Cómo pedirle la calma y olvidar que es un atleta de alta competencia, presionado, y que acaba de conseguir ese gran logro? Claro que tiene que gritar, saltar, vociferar, manotear. Tiene Patente de Corso para ser fanático unos segundos y gozarse su gol.

 

Cuando observaba la invasión de los fanáticos carabobeños, pasaron por mi mente, flashes de las imágenes más aterradoras que he vivido en el fútbol. Cuando Juan García, fiel a sus convicciones y creencias, pretendió celebrar en Pueblo Nuevo la obtención de un título dando su, ya tradicional, vuelta a la cancha de rodillas. La intransigencia y ceguera de los dolidos fanáticos convirtieron un noble gesto de fe, en una brutal invasión que terminó con la quema del autobús del Caracas FC en medio de una barbarie nunca vista en nuestro país. El miércoles en el Misael Delgado, coqueteamos con la desgracia y la tragedia, todo porque Richard gritó su gol y los inadaptados no lo aceptaron.

 

Solo pido justicia. Castigo ejemplar. Rectificación de cargos. Autocrítica e intención de mejorar. Esto nos duele a todos.

 

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