“Eeeeeliminados eh”, “eeeeeliminados eh”

 

Dos tipos en la barrera. Uno a la izquierda, otro a la derecha o viceversa. Mi profesora de Matemática decía que el orden de los factores no afecta el resultado, en este caso coincido plenamente. No pasaban de 1, 65 de estatura, habían jugado en la selección, habían debutado con nosotros, tuvieron su paso por el extranjero y eran ídolos vivientes del equipo. Pensé que ese teorema era tan concluyente, que en mi clase de Matemática alteré los factores, todo al revés y me dio negativo, resultado inaceptable en los números naturales. Saqué cero.

Pero volvamos a la cancha, a la jugada. La Guaira ganaba 2 goles a 1 y era un resultado perfecto para que ellos pudieran entrar en el grupo final de los ocho mejores. Nosotros solo fuimos a despedir al equipo en la ronda regular, porque hacía 2 fechas estábamos clasificados. El equipo litoralense se había bordado desde el arquero hasta la línea ofensiva con buen presupuesto, buen talento en cancha y fuera de ella. No entrar al octogonal, era un fracaso. No se podían permitir quedar eliminados.

Antes de esa jugada, la típica atípica de algunos Técnicos. Jugar largo, quemar tiempo, simular todo con la complicidad de Cronos. Entiendo que muchos lo hacen en el mundo, pero de manera tan exagerada lo dudo. El arquero Olses, una buena promesa y que luego caló en algunos partidos de la reserva de Racing de Argentina, simuló 3 veces una lesión en el dedo meñique: Pobre y valiente meñique que se curaba de forma divina con 2 gotas de agua del kinesiólogo, un santo el tipo que me hizo falta aquel diciembre de 1991 cuando un día previo a la inauguración del campeonato me lesioné precisamente ese dedo, de esa mano. Dudo que el mismo dedo, del mismo jugador, de la misma mano, se lesione 3 veces en los últimos 20 minutos de un partido obligado a ganar.  Y aquí la frase bíblica, “Allá él con su conciencia.”

Ese buen día, o buena tarde, convocaron a lo atípico. No solo a la exageración para atar la victoria dejando correr el tiempo, ni en la desmedida capacidad de fingir, sino en faltas recurrentes e innumerables que fijaron el récord de más “sprays” arbitrales utilizados para demarcar la línea donde la defensa fijará su muro defensivo.  Al minuto 45 del segundo tiempo, la árbitro recurre al cuarto y solicita el que tal vez sería el último aerosol de la tarde. Regresa a la cancha y cuenta los pasos desde el lugar de la falta hasta un punto intermedio con el arco.

Se agacha lentamente, porque parecía que el tiempo había perdido importancia y empieza a trazar la línea. Desde cualquier punto del estadio se veía como lentamente, aquella raya iba creciendo hasta un metro aproximadamente. Los técnicos trabajan las jugadas durante toda la semana, pero desconozco sí para organizar la barrera hay algún tipo de indicación, porque quienes la formaron en ese tiro libre diagonal, no eran principalmente los mas altos del equipo, sino un par de tipos, los más pequeños del grupo “Chiki” Mesa y “Pulga” Gómez.

Cuando ella autoriza el tiro libre con el pito, en ese momento, el tiempo se detiene. Y no lo digo porque la réferi quiso ser profesional y reponer algunos minutos. Tampoco porque la pelota estaba detenida o el pateador fingió concentración mientras preparaba el disparo. Se detuvo porque estaba en presencia de lo que pocos equipos, no solo en Venezuela sino en el mundo pueden tener. Esos 2 tipos.

A un lado, frente a la pelota, un jugador con camiseta anaranjada y poca trascendencia. Al otro lado, dos ídolos vivientes en la barrera que a pesar del tamaño, fueron los primeros y únicos en formarla. Entonces empecé a hacer memoria rápida y con escaso sustento, algo más emocional que analítico, de nuestros últimos ídolos, los del gran Estudiantes de Mérida. Hice honor a las letras de Hiedegger quien plasmó de manera contundente “la gran tragedia del mundo es que no cultiva la memoria”. Los jugadores se forman en las canchas, pero los ídolos en las buenas o en las malas, no hay punto intermedio.

Pero la memoria, los ídolos, las hazañas se cultivan mas con grandes proezas que con salvaciones en la última fecha o soportando deudas. Algunos colorean sabiamente las derrotas, argumentando que se aprende de ella, la verdad no romantizo la frase, las caídas ni sus víctimas. Caerse es duro, levantarse también, pero vale la pena. La derrota es solo un paso, la victoria es la culminación exitosa y efímera de ese proceso. “Ni la derrota ni la victoria, son definitivas” (Saramago). Por eso, aún tengo fresca esa tarde, esa jugada de ese 2019, porque para mí el campeonato no se ganó solo en la final contra Mineros de Guayana, sino esa tarde de pundonor, fútbol y alegría.

Cuando los veo ahí, hice un repaso superficial por la historia, y me di cuenta que los 2 estaban allí, que quizás estábamos frente a las últimas tardes de ídolos porque no cualquier equipo los puede tener cubriendo una pelota, formando una barrera. Me sentí privilegiado, me sentí soñando, una coincidencia del destino que todos teníamos al frente pero que ignorábamos perversamente. La derrota parcial no molestaba a nadie y no sentí que la tribuna estuviera caliente, en realidad era un juego de trámite y solo queríamos despedirlos antes del octogonal. Allí comenzaría otro campeonato. Obvio en la cancha pasaba de todo, ellos quemaban tiempo y Estudiantes calorías. Luchaban cada pelota, pero honestamente La Guaira tenía mucho oficio.

El pitazo ordenando la ejecución del tiro libre, para el 3-1, me saca del trance. Suena el pelotazo que controla sin problema Alejandro Araque, pero que pone a rodar rápidamente para un contrataque que termina con tiro de esquina en el último minuto. Siempre he pensado que un gol a esa altura no sólo es capacidad física sino también mental. La Pulga corre como siempre a ejecutar el tiro de esquina. Levanta la pelota y aunque siempre ha buscado el segundo palo, una especie de gol olímpico, esta vez se quedó muy corta. Pero sale de algún lugar William Díaz, peina con potencia y colocación la pelota que saluda al dedo meñique de Olses para incrustarse al fondo de la red.

Nos levantamos a celebrar el gol, era el 2-2, el invicto de local, mientras que los de Naranja se tiraron al piso. De la ultratumba salió un grito que empezó a corear todo el mundo “eeeeeliminados eh”, “eeeeeliminados eh”, “eeeeeliminados eh”, como disfrutando del mal ajeno, Dios nos perdone.  En ese preciso momento, la referí dio los tres pitazos finales y supe que con esos dos ídolos en cancha teníamos la gallardía de ser campeones.