“El otro Pelé”

 

No sé si era por falta de dinero o creatividad, pero los uniformes al estilo profesional estaban reservados para el equipo mayor, a nosotros -los más pequeños- nos gustaba sudar la camiseta, aunque los números y el escudo fueran diseñados con marcador de color rojo. Esa vez habíamos roto el esquema de short azul con camiseta blanca y decidimos usar short amarillo.

Cerca de mi casa estaba la tienda más grande de la Placita, era la casa del señor Eugenio. Por alguna razón le pusieron El Encanto, pero cuando llegué con mi hermano a que me “confeccionaran” mi uniforme, se acababa de romper ese encanto. Los hermanos mayores de Lesme, el 10 del equipo eran quienes voluntariamente marcaban las camisetas y el short, entonces decidieron adjudicarle además del 10 a Lesme, rayar en la parte inferior el nombre Pelé, en homenaje al 10 brasileño, pero alguien no estaba de acuerdo.

Mi emoción en tener mi primera camiseta chocaba con la discusión en el ambiente. La Chavela, uno de los hermanos mayores del nuevo Pelé me la pide para adjudicarme y escribirle el número 2, siempre destinado a los más nuevos o con menos condiciones, “los malosos pues”. Pero Ojitos, el mayor del grupo, tenía el número 11 y discutía ferozmente porque solo había un uniforme con un nombre famoso, Pelé, el resto eran solo números.

Corrían 1984 u 85, sé que eran antes del Mundial del México 86, porque la figura que más sonaba era la del brasileño Pelé. En los pueblos del páramo merideño se instauró la imagen de Brasil con la llegada de la TV, así que ese nombre en un short de un niño de 10 u 11 años podría ser impactante, comprometedor y hasta motivo de peleas, por eso, no había encanto en aquella quincallería de La Placita.

Todos estábamos conformes con los uniformes excepto Ojitos. Yo podría afirmar que fue uno de los primeros y pocos días en que me sentí parte de un equipo. Confieso mi poco talento con la pelota desde A. C (Antes de Cristo), así que valoro mucho aquella camiseta que hoy solo reposa en el recuerdo. Pero Ojitos pedía justicia y aunque a la primera manejó la diplomacia, a lo último lanzaba descalificativos e insultos a todo el mundo.

Pelé tenía 3 copas mundiales, un récord que aún nadie ha conquistado a pesar de haber ocurrido hace 50 años, por lo tanto ya representaba un nombre de alto linaje futbolero. Con todos esos ingredientes, Ojitos debía buscar restituir su nombre como líder del equipo. No podíamos dudar que era el que llevaba más recorrido porque tenía alrededor de 4 años más que el resto del grupo, pero el nombre Pelé en la camiseta de Lesme, obviamente le robaba todo el protagonismo.

Como una manera de contentarlo le rayaron VC, iniciales de Vice Capitán, capitanía que también ostentaba Lesme, más por ser el gran organizador e influyente en el grupo que por su talento con la pelota. Los hermanos mayores “Chavela” y “Peto” molestos por los descalificativos de Ojitos, decidieron no escucharlo más y nos dieron los uniformes al resto del equipo para que nos fuéramos a casa.

Era un día sábado, previo al juego dominical contra Chimborazo. No podría afirmar la hora, pero seguro era tan tarde que era el único lugar abierto en la zona. Las molestias de Ojitos se escuchaban en toda La Placita así que salió del lugar enojado sin hablar con nadie. Juró que no iba a jugar en el equipo y como nadie intentó detenerlo se fue corriendo a su casa molesto, frustrado, cara rojiza y con la 11 en la mano. Parecía que Ojitos había perdido su liderazgo.

Todos nos fuimos a nuestras casas contentos y con las camisetas impregnadas de olor a marcador nuevo. El juego sería frente a la capillita, en una media calle que si le pegabas a la pelota mal y  muy duro, podría terminar en la quebrada o debajo de un carro. Las medidas no eran las acordes, pero sí suficientes para un duelo de 4 contra 4.

El juego estaba pautado para las 11 de la mañana y aunque no teníamos la precisión de un reloj suizo, ya estábamos casi alineados para comenzar el juego. Yo esperaba en la banca, mi hermano en la cancha haciendo delantera con Lesme y parecía que Ojitos iba a cumplir su promesa de no jugar el partido, hasta que en pleno calentamiento apareció con su uniforme blanco con amarillo, número 11 pero justo debajo del número, con un marcador de tono diferente y la letra un tanto amorfa había escrito con su mano tembleca y dudosa tal vez, el nombre ZiCo, otra leyenda brasileña para restituir su orgullo, su nombre, su liderazgo.