El trapo de Gustavito Durán

cuento Gustavito Durán

 

Jesus Santiago CuentosEl trapo de Gustavito Durán. Ese gol debemos recordarlo porque desde que dieron la fatídica noticia en Margarita, se inmortalizó aún más. Uno de los tributos es ese trapo que domingo a domingo decora la cerca al lado de otro inmortal de la época, una especie de “doble pivote”. Qué cosas, dos protagonistas, dos titulares, dos accidentes, dos figuras, dos trapos. “Carlitos” De Castro, “Gustavito” Durán.

En los estadios del mundo, los trapos con frases, caras y fechas son tributos, reconocimientos y homenajes de la tribuna, con poca burocracia y mucha tela. Por eso cuando se roban un trapo se roba el honor. ¡Ay de aquellos cómplices que colaboran en su hurto, creo ya tienen un pie en el Infierno!

Un trapo nace con la promesa de la inmortalidad a la inmortalidad. Tres, 4 o 10 metros se pintan sobre el piso de la nostalgia que es como otra forma de vida, porque vivir por vivir no tiene sentido. El tamaño de un trapo no es jerarquía, ni la jerarquía lo exige. Nace y ya, en un café, un bar, un estadio, en una jugada de laboratorio.

Lo único realmente concordante y seguro son los colores. La frase, la imagen, la letra y el tamaño se colocan sobre la mesa y aunque las barras escasamente coinciden, se impone quién viajó más, quién atestiguó más goleadas. Finalmente, y tras un cese al fuego, nace el diseño.

Y nació aquel trapo, “El 10 eterno”, sin verbo ni adjetivo. Claro, hubo otros 10 con más historia, más gloria que pudiéramos adjudicárselo a “Scarpeccio”, “Mendoza”, “Sapito Zambrano,” “Brignani, pero la genialidad del grafitero en el trazo de la cara de “tavito”, no admite reivindicaciones ajenas.

Familias desaparecidas, linajes desterrados, especies extinguidas. La eternidad está reservada para pocos, la eternidad no tiene exclusividad ni receta. Bajo esta perspectiva, “Tavito Durán”, en aquel duelo sobre mitad del campo, desplazando a un rival con mejor biotipo y experiencia, avanzando unos 15 metros y emulando un misil en el minuto 93, se ganó un sensible, atrevido y aventurero “el 10 eterno”.

Tuve que ver por televisión la jugada completa tiempo después porque en mi descenso al terreno de juego, lamentaba ese 2-2 injusto, innecesario. Piso el costado de la cancha y veo perfectamente la mirada asesina de “Gustavito” con algunos segundos más por jugar. Veo como el león mira la presa, como el cazador fija a su liebre, como el 10 nos quiere salvar.     

Frente a mí, al fondo, las tribunas que año a año clamaban justicia, reivindicación a la historia. También frente a mí el 10 con la pelota preparando el gatillo. Frente a mí 4, 5 defensas itálicos. Frente a mí, dos rojiblancos por los costados y un 10 con la preconcepción de la gloria en el último respiro.

El balón salió de los botines de Gustavito con potencia, fuerza, dirección y malicia, pero alguien detrás de mí, lo vio al igual que él, todo claro y sin dudas. Ese alguien, aun en el anonimato, improvisó una celebración típica de los goles de último minuto, de media distancia. Su algarabía me llevó al piso de un empujón y solo escuché a la tribuna cantar el gol.

Volteo para increpar al culpable, pero en un 3 a 2, al minuto 93, ante Deportivo Italia, no se buscan culpables ni asesinos, sino con quien celebrar la gesta. Intenté recordar el gol, con un “dejavu”, con alguna terapia de Freud y fue imposible. Ese gol no entró, quedó suspendido y levitando en mi memoria.