Globalizar el globo… Tarea cumplida

 

 

El mundo está mutando… las sociedades están mutando… el fútbol está mutando… y no nos queda más remedio que montarnos en el tren de los nuevos tiempos y adaptarnos a los conceptos que trae, o quedarnos en Jurassic Park.

Antes de entrar en materia hago una advertencia a todos aquellos de epidermis sensible a los colores o los defensores de causas perdidas que se ofenden al primer comentario que supere un palmo de nuestras narices y enarbolan la bandera del oprimido, para comenzar a guillotinar cabezas al son de: homofóbico, racista, discriminador, xenófobo, etcétera.  Aquí vamos a hablar de negros, musulmanes, africanos, y quién sabe cuántas otras nacionalidades, gentilicios, razas o religiones. Lo haré sin ánimo peyorativo, ni mucho menos discriminatorio. Pero llamaré las cosas por su nombre y espero así, desarrollar mi idea sin ofender a nadie.

La palabra de moda en el planeta es: GLOBALIZACIÓN. El fútbol no está exento de su uso, y por el contrario se habla constantemente del fútbol globalizado. La Ley Bosman, el Pasaporte Europeo, la unificación del Euro, las guerras fratricidas, las migraciones, las persecuciones religiosas, la hambruna africana y otras especies más, forman parte del variado listado de ingredientes que forman el sancocho llamado globalización. Todo vale como argumento posible. Entren que caben cien…diría Lavoe.

El resultado es evidente y asombroso. Tome una foto de la Naranja Mecánica de Holanda del 74, con Cryuiff, Neskens y Rep a la cabeza y compárela con una 20 años después. Observará los diamantes surinameses y caribeños con Gullit y Rijkaard como estandarte y de allí, al día de hoy, la supremacía morena diametralmente en la foto actual.

Alemania arrastró por décadas el estigma abominable de un demente que pregonaba la raza aria como la superior. Su selección se hizo poco menos que imbatible con sus catires de apellido bávaro. Más allá de una superioridad racial, esgrimieron unos argumentos de técnica, táctica, preparación física y carácter de primer nivel. Con el paso de los años, fueron agregando apellidos polacos, turcos, africanos y hasta un tocayo Gómez se metió en la lista. Impensable hace unas décadas.

Podría escudriñar, una por una, la gran mayoría de naciones líderes del fútbol europeo. Pero el fenómeno es el mismo. Si comparamos la foto de la Francia del 86 con Platiní, la Inglaterra de Bobby Moore, la Bélgica de Ceulemann y Preudhomme, el resultado es maravilloso. El efecto multirracial los ha potenciado y beneficiado al máximo. Son más completos pues han agregado una polifacética inyección de carácter, mentalidad y biotipos. La diversidad de razas, colores y credos cambió la realidad europea, definitivamente, para bien.

En 1987 Yugoslavia se tituló Campeón Mundial Sub 20. Ya en 1962 habían entrado al cuadro en el Mundial de Chile y en ese mismo país consiguieron su título juvenil 25 años después. Apenas  estábamos enterándonos de las guerras fratricidas entre serbios, bosnios, croatas, kosovos, montenegrinos y quién sabe cuántos otros más. En ese vestuario y con el mismo uniforme convivían jugadores que no se dirigían la palabra y se odiaban internamente.

Separarse como naciones independientes dio nacimiento a la actual Croacia, junto con otras más. Este efecto, inversamente proporcional a la globalización, los fortaleció. Cuando los de la camiseta de cuadros se vieron rodeados por su propia raza, militantes del mismo partido político y creyentes de la misma religión, se generó un efecto fortificador y en el 98, esos juveniles en el tope de su adultez, compitieron con éxito. Sucker, Boban, Prosineski, Jarni, entre otros iluminaron el camino que hoy transitan Modric, Rakitikc, Mandzukic, Perisic.

Igual pasó con Checoslovaquia y la Unión Soviética. Su división nos otorga a una Rusia entre los grandes y a una Ucrania que compite fortalecida por el mismo efecto de los croatas. Unificación de raza, credo y política. Hoy expulsan de la Selección cuadriculada a Vukojevic por lanzar un video de apoyo a Ucrania, junto con el héroe Vida, en clara provocación a su hermana mayor, y anfitriona, Rusia. Las heridas no se cierran y es más fácil aceptar a un africano, un musulmán, un sudamericano que a un ex paisano. Pierde la globalización 2 a 0. Con la celebración destemplada de suizos ante serbios, ya estaba perdiendo 1-0. No venden cicatrizante para esas heridas.

Globalizar es un verbo que se conjuga con el dinero como sujeto de la oración. A mayor PIB, mayor interés por incursionar en ese fútbol. Mayor cantidad de Euros, mejores clubes, instalaciones, formadores y resultados. Todo redunda en amalgamar esa variopinta camada de jugadores de todas las razas que conviven en ese país. Aunque muchos no hayan nacido allí, o conservan la nacionalidad de sus padres, ya dejó de ser una debilidad para convertirse en gran fortaleza. Decían que en el equipo de Francia Campeón Mundial 1998, había varios jugadores que no cantaban el himno, porque no se lo sabían. Etapas superadas. Hoy Mbappé dona sus ingresos de Selección a la caridad y pregona que NINGUN jugador debería cobrar por representar a su país, pues lo considera el máximo honor. Globalización en su máxima expresión. “Allons enfants de la patrie”

El tema da para varias cuartillas, pero creo que encendí las luces para guiarme en futuros temas. Es imposible hacer ese tipo de globalización con el PIB de Sudamérica. La nuestra la hicimos hace un poco más de un siglo cuando llegaron a nuestros puertos los marineros ingleses, los mineros alemanes y holandeses, los albañiles italianos, los agricultores portugueses y canarios, los comerciantes vascos. Allí se mezclaron con nuestros negros, indios, mestizos y mulatos, jugaron los primeros partidos, fundaron los primeros equipos y se formó la escuela sudamericana. La que hoy en día tanto cuestionan, despotrican y juzgan, pero que sigue generando cracks para continuar globalizando a los clubes globalizados.

 

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