Hola Portero… Chao Portero

 

Siempre lo saludé y me despedí así. Nuestros encuentros fueron fugaces, pero afectivos. Predominó un inmenso respeto profesional mutuo, que poco a poco, con el devenir del tiempo, se convirtió en camaradería y luego en amistad.

 

Hola Ricardo… chao, Ricardo. Así me trató siempre, por mi  segundo nombre. Por alguna razón, no creo que tenía ningún problema de memoria o retentiva, eligió obviar mi nombre de pila y escogió hacerlo por el que, casualmente, me llaman los más allegados de mi familia y entorno.

 

En los últimos meses, por diversos motivos y en especial por la connotada cuarentena obligada, nos limitamos a compartir por las redes sociales. Siento una sensación especial de orgullo y satisfacción cuando algún histórico de nuestro fútbol opta por seguir mis cuentas, y cuando Daniel Nikolac, no solamente siguió mi twitter, sino, que se convirtió en un tenaz e implacable crítico de mis opiniones, siempre fiel a sus principios frontales e irreductibles ante el fútbol, la vida y la sociedad. Cualquier desliz o devaneo de mi parte, o simplemente, disparidad de criterios, devenía inmediatamente, en un: “Tienes razón Ricardo, pero…” y zas, me lanzaba su mordaz opinión, siempre lapidaria y sin medias tintas, como fue en todas sus acciones en vida. Genio y figura.

 

En estas horas las redes están inundadas de estadísticas y cifras que recorren el panorama de su brillante carrera. Títulos Nacionales, Medallas de Oro, récords de imbatibilidad, etc. Un torrente de éxitos que todos disfrutamos pues no había dudas de su enorme calidad bajo los tres palos. Yo, quiero compartir un par de vivencias personales, fuera de las canchas, ambas.

 

Corría el año de 1984, (acabo de revisar la fecha en mi tarjeta de crédito) y en medio de la evidente bonanza económica de la época, los bancos hacían campaña para ir a solicitar los fulanos plásticos crediticios. Era un boom, y como tal, todos queríamos participar del mismo. En la esquina El Chorro se encontraba la sede de Banco Unión y allí me lo encontré, coincidiendo en nuestro afán de convertirnos en tarjetahabientes. Su descomunal figura atlética, su rubia melena alborotada y el inmenso arrecheron que mostraba en su rostro, destacaban entre el gentío que hacía trámites. ¿Qué pasó portero, te noto raro? Fue mi saludo. Evidentemente turbado y haciendo encomiables esfuerzos para no perder la compostura, le brotó el inconfundible acento guayanés que adquirió en su infancia por Los Olivos y me dijo, entrecortado por la rabia: “Ricardo pana, traigo esta carpeta con todos los requisitos, una constancia de ingresos donde se demuestra que gano 5 veces más real que todos estos care’vergas y el funcionario me dice que no puede procesar mi solicitud porque la profesión de FUTBOLISTA no aparece en el sistema. O sea. No existimos.” La indignación no le cabía en su gigantesco cuerpo. No era para menos. Ese episodio, seguramente, terminó por alimentar su espíritu rebelde y contestatario, para defender y dignificar su profesión. Algo que hizo, ejemplarmente, hasta su último día.

 

Por ahí, entre el 2011 o el 2012, no preciso la exactitud de la fecha, cuando las sombras del retiro lo habían alejado del brillo encandilante de los reflectores del protagonismo mediático. Cuando comenzaba a quemar sus primeras experiencias en el rol de Director Técnico incipiente. Cuando el Atlético Miranda le encomendó llevar las modestas riendas de esa oncena; tenía mi programa radial y a través del mismo lo ubiqué para conversar sobre un encuentro de Copa Venezuela en el que iba a participar. Antes de ir al aire, nuevamente se le disparó el guayanés de su acento (Dicen que cuando hay impresiones fuertes, como la rabia o la alegría, es que no se pueden controlar los acentos) y visiblemente emocionado me dijo: “Ricardo pana, desde que me retiré nadie me había entrevistado y, desde que empecé a dirigir, esta va a ser mi primera entrevista. Me alegra que seas tu quien me la haga, gracias”  La humildad y sencillez con las que me habló me desarmaron y, disfruté de esa entrevista tanto como Daniel. Se que significó mucho para él, pero nunca le dije, lo importante que fue para mí también. Por mas horas de vuelo que tengamos encima, la emoción no está exenta y ese día la experimenté gracias al portero pana.

 

La muerte lo sorprendió entregado de lleno a la Escuela Formativa del Marítimo. Me hablaba con inocultable pasión de su crecimiento, de los terrenos propios, de la apertura de las canchas, del potencial de los chamos de la zona. Su sueño sin cumplir, se lo lleva a la tumba. Anhelaba con vehemencia volver a ver al Acorazado Rojiverde de regreso a la primera división. Lo deseaba más que cualquier madeirense de nacimiento. Yo me lo imaginaba sentado en el banquillo dirigiendo la reaparición del Marítimo.

 

Ni el portero, ni Ricardo verán su sueño cumplirse. Chao portero

 

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