La teoría del Soto Rosa

Hilvanar victorias a veces cuesta. Un buen plan, una buena jugada, una sólida defensa o un par de goles. A veces, nada de eso es posible, y cada juego se convierte en frustrante, pero más aún cuando esto le ocurre al último campeón. Temporada 2019 – 2020, casi una estrella bordada, aunque debíamos culminar el apertura de ese año y jugar contra el ganador de ese torneo.
Parecía que la celebración del campeonato ante Mineros de Guayana semanas atrás no se había detenido. El llenazo en Glorias Patrias y las calles de Mérida, las radios con la retórica de un campeón y las manos de los directivos frotándose por el regreso del equipo a Copa Libertadores de América eran motivos suficientes. ¡Había para celebrar! pero tomé nota cuando la pre-temporada inició 10 días después que el resto de los equipos.
Lo dije en la radio, y algunos de mis compañeros sonrieron y me dijeron sin mentir “Somos campeones”. Yo también sonreí porque recordé la hilarante celebración en la Plaza Las Heroínas luego del penalti cobrado por Manríquez de una manera fría y hasta atrevida para sellar el campeonato 2018 – 2019. Si lo hubiese fallado, hoy Manríquez sería un cadáver en un cementerio lúgubre.
Una vez, en un río del llano estuve a punto de ahogarme. La corriente me arrastraba en diferentes direcciones a pesar de mis esfuerzos y mis involuntarias bocanadas de agua para vaciarlo. En mi último momento de lucidez dejé de bracear, la corriente me ganó la partida y debí crear en milésimas de segundo una salida. Entonces aprendí que, ante la turbulencia de la corriente y la duda, lo ideal es llegar al fondo de las cosas.
Por esta razón, mientras sonreía en la radio, dejé un margen de duda, un momento de lucidez como la tarde del río ante tal tardanza. Un par de semanas después lo consulté con un experto y me dijo claramente que la pretemporada no era solo pelota y ejercicio, sino también ambiente y motivación. Pero como poco podía hacer, lo dejé en el olvido.
Arrancó el torneo y parecía otro equipo, uno ausente de resultados y alegrías. Sumado a esto, se anunciaba la salida de nuestro 10, “Pulga” Gómez, por diferencias con la Junta Directiva o el Técnico, una historia que poco seguí por respeto a nuestro último ídolo. Me niego a saber lo que no quiero. Para retomar los resultados, algunos hablaban de psicólogos, terapeutas y coaches. Yo marqué distancia, no creía tener la solución.
El Estadio Metropolitano, donde semanas atrás se atiborró de papelillo, celebraciones y goles era ya una réplica del cementerio El Espejo, un Camposanto con medidas reglamentarias y dos arcos para fingir felicidad. Caras largas, silencio y confusión, solo faltaba el Ave María para comenzar la novena.
Fue entonces cuando lancé mi premonición, porque nadie encontraba respuestas. El técnico ensanchaba el arco para que los delanteros metieran gol. Lo achicaba para que no entraran pelotas. Espacio reducido para unir al equipo. Nada salía y el campeón era casi penúltimo.
Esa tarde perdimos en el Metropolitano ante Trujillanos 2 a 1, segunda consecutiva de local y cuarta del campeonato. Aníbal, Damián, Jairo, Luis y Herli disertaban con micrófono en mano la situación del equipo. Se podía sentir el enojo de los fanáticos por mensajes y redes sociales, parecía que se desbordaba la represa. Entonces llega mi turno.
Hablar de 4-4-2 o 3-4-3 era llover sobre mojado. No había análisis posible, pero como aquella tarde en el río, me sumergí en lo profundo para flotar y manifiesto la teoría más extraña de la tarde. Ese día Menotti y Bielsa me escucharon y apagaron la radio. Eran intolerantes a lo ilógico del fútbol porque entender el fútbol es su misión. De hecho, no culpo la burla de los oyentes.
Alguien valientemente me cede el micrófono, y luego de una bocanada de aire lanzo aquella teoría de Pitágoras aplicada al fútbol. La Teoría de Santiagoras, como un compañero bautizó mi filosofía absurda en la escuela de hotelería. Digo sin vehemencia “Lo mejor que le puede pasar a Estudiantes de Mérida es salir del Estadio Metropolitano y jugar en el Soto Rosa”. Luego de la incredulidad me increpan de inmediato ¿Allá los delanteros si harán goles?
No hubo burlas, pero sí desconcierto. Creo aumenté la duda. ¿Por qué irse de un estadio nuevo y cómodo a uno más pequeño, viejo, con precarios baños y torres dentro de la pista? La pesadez de un campo de guerra, el histrionismo de lo incongruente me dio esa sensación. Poco pude responder y finalmente cedí el micrófono sin un gran argumento.
La Junta Directiva había considerado jugar en el Estadio Soto Rosa, en el mismo estadio donde cayeron colombianos, uruguayos, mexicanos, peruanos y paraguayos en los 80 y 90 por Copa Libertadores. Dicen que debemos estudiar la historia para no repetirla, que se repita lo histórico. Entonces consideré que, ante el cierre de libro de pases, lo único que podía cambiar era la sede.
Lo anunciaron para el juego ante el líder Caracas FC, pero la grama, el bombillo, el rayado o la cerca se confabularon para que mi única salida, la ilógica, no fuera posible y como resultado, otra derrota en casa más otras dos de visita. Finalmente, el Soto Rosa es aprobado y Mineros sería el próximo rival, para descartar mi única teoría posible.
Según Wolcott todos tenemos derecho a nuestra propia nostalgia y la nuestra es aquel equipo ganador y luchador en el Soto Rosa. Por eso mucha gente fue, porque recordar es vivir. Llego un poco retrasado porque olvidaba donde estacionar, así que pongo primera, coloco seguro y salgo corriendo del carro.
Ya había comenzado el encuentro, corría el minuto 7 tal vez y mientras empezaba a sentir el olor de la remembranza, los colores de la sierra, lo incómodo del cemento de la tribuna, Luis Castillo recibe un balón en el área chica de parte de Cristián Flores y de taquito bate al arquero minerista. El segundo tiempo, fue una oleada de ataques académicos pero el 1-0 fue reconfortante.
No sé si fue una premonición, súplica o un baño de historia. Estudiantes de Mérida jugó además de ese encuentro ante Mineros, el resto del torneo en el Estadio Soto Rosa con triunfos cortos pero contundentes. A partir de allí, todos los días Menotti y Bielsa me preguntan ¿Podés explicar la teoría de Santiagoras? mientras lentamente voy cortando la llamada, muerto de la risa.