La venganza de Nani

 

Nadie debía atreverse a desafiar ni a los dioses y ni a las tradiciones. En aquella tribu, la divinidad castigaría implacablemente a los aldeanos que consumieran frutos que no pertenecieran a la comarca, a quienes les atribuían poderes para la comunidad.

Nani, un chico habituado al silencio, los miraba apeteciblemente. Se alejaba de aquellas conversaciones en las que la creencia de lo autóctono era lo mejor e irrepetible. Su primera revelación fue cuando una mañana vio el amanecer más hermoso de su vida, mejor que el de su aldea, al que le atribuían belleza y poderes celestiales.

La segunda y más relevante fue la visita a una aldea no muy cerca en la que vio como unos niños jugaban alegremente con aquel cascarón, que en teoría era una fruta con obscuras pociones capaces de desarrollar un virus y que yacía al tope de los árboles. Pensó que tal vez su tribu no exageraba en los cuidados porque aquellos cuatro aldeanos jamás tocaron el fruto con las manos. Solo se la pasaban entre ellos usando el pie derecho.

Una noche, en la penumbra, Nani salió de la comarca y empezó a trepar el árbol. En los dos primeros intentos cayó y desistió, asumió que es un castigo divino. Le tomaría muchas lunas aprender a llegar a la cima, pero tenía poco tiempo, asume que es el momento.

Tomó una piedra y empezó a lanzarla para impactar el fruto, pero no alcanzó. Luego de dos intentos desistió una vez más. Sabía perfectamente que el silencio le jugaba en contra, pero era la noche de acabar con los mitos. Entonces acudió a su casa y toma el arco y la flecha, era su último experimento. El amanecer se acercaba.

Luego de innumerables intentos cae el coco, fruto maligno que jamás debería llegar a la comarca. Sin embargo, lo lleva lentamente con el pie derecho emulando a aquellos aldeanos. Empieza a sentir esa alegría, pero simultáneamente su pie se va adormeciendo y un hormigueo invade su pierna a medida que empuja el fruto prohibido. Los dioses lo están castigando, pero no desiste.

Lo llevó sin hacer ruido a orillas del río donde hay una red para alejar a las fieras y justo antes de abandonarlo allí, la miró, acomodó su pie derecho, se perfiló, disparó y la envió al fondo de la red, entonces los dioses gritaron GOOOOOOOL hasta el final de nuestros días.