“Sean como él”

 

A veces quisiera regresar el tiempo, pero si tuviera esa facilidad, seguramente no solo te traería de vuelta, sino les gritara a todos que tenemos que apreciar aquel gol. “Mas tarde, tendremos sequías enormes” como tu solías decir. Admiro que lo hacías sin la máquina del tiempo.

Recuerdo cuando me dijiste, lo de la abuela, que la abuela tenía sus días contados. Yo cerré mis ojos porque quería evitar dejar de ser hombre porque en teoría los tipos lloran, pero irrumpiste con un llanto inconsolable. Ese día dejaste de ser el roble de la familia y te convertiste en humano. En niño sin el calor maternal.

Por un momento busqué consolarte, pero esa imagen de roble no se esfumó con aquellas lágrimas. Entonces me contuve, porque sabes muy bien que nos costaba abrazarnos y ese día no fue la excepción. 

Quizá sentiste vergüenza y te levantaste directo al cuarto de la visita. Mientras pasabas, tu cabeza dejó ondeando la 19, como una premonición, una triste premonición.  Entonces de inmediato me acordé de aquella noche.

Ya estábamos acostumbrados a la ausencia de victorias. Creo que eran 14 juegos sin ganar y la verdad, la sombra del descenso nos acechaba nuevamente. Fuimos ese día al juego, porque la verdad, sentíamos que notarían nuestra ausencia. Éramos tan pocos que casi nos contábamos en la tribuna.

Esa noche era Táchira a veces siento que era el único duelo que te inspiraba cuando las cosas andan mal y por eso decías “sino puedes ganar nada, gánale a tu rival”. Hoy lo entiendo, luego de tantos años, ¡lo entiendo!

Entre mi poca pasión, porque de pequeño apenas se germinaba, y unos amiguitos en la tribuna, nos desentendimos del juego. El juego ese día para mí era otro, era saber cómo pasarle un túnel o un caño al más grande, entonces olvidé los gritos de la tribuna, por un largo rato.

No sé sí fui yo o los otros amiguitos que nos paramos justo antes del córner. Al parecer los gritos nos elevaron la emoción. Algo había ocurrido o estaba por ocurrir. Detuvimos la jugada y nos enfocamos en el juego, el otro juego, el de 11 contra 11. Estudiantes y Táchira.

Balón que va cayendo al centro del área en los minutos finales. Era un córner y aunque no hubiera piernas, había garra, como la charrúa, ah no perdón,  sí, era charrúa. No sé qué tienen esos sureños, pero sacan fuerzas, comentaste una vez.

El balón rebota, entre defensas y delanteros. Entre el descenso y ellos. Era un balón huérfano, nadie podía colocarle nombre ni apellido. Paseaba por el área y cada segundo era eterno para nosotros hasta que Carlitos, el 19, que decidiste honrar desde ese día y te convenciste cuando tuvieron el accidente, estiró la pierna, con garra, para tocarla y enviarla con sacrificio al fondo de la red.

Tres minutos después te dije: “por fin ganamos”. Sí, fue un grito silencioso que muchos tenían pero que yo no alcanzaba a entender. Y supe que ese día fuiste feliz, más feliz, porque alegre siempre fuiste a pesar de todo.

Entonces le empezaste a rendir tributo al uruguayo. Aplaudías con vehemencia en aquellos juegos en que al minuto 19 se le rendía tributo al uruguayo, porque el uruguayo ya no estaba, pero no se había ido. Sus restos descansan en Montevideo pero su corazón en Mérida.

Anoche volví a la cancha y poco ha cambiado. Muy poco padre. Volvimos a perder, no importa el rival, perdimos o empatamos, pero no ganamos. Por eso, cuando pensabas que aquello era un sueño, lo era padre y te cansaste de decirlo. Nadie te creyó.

Aquel amor por el equipo no fue efímero. Fue eterno. No soportabas ver a los jugadores deambulando en la cancha. No soportabas que no sintieran amor por la camiseta. No soportabas algunos clásicos sin triunfo. Por eso adorabas aquel trapo “Sean como él”. Como Carlitos.

Chao papá, regresa. Pero, no soportarías muchas cosas. Por ejemplo, que tú ahora nieto no quiso venir a la cancha, no quiso ponerse la académica- Creo ya tiene otro equipo. Pero, para tu consuelo, usa la 19, la de Carlitos y la que escogiste para mí. Por cierto, saludos te manda Carlitos. También central y con mucha garra. Chao campeón.