Directo y Sin Barrera

 

Las Casas de la Selección…

He habitado en todas ellas. En cada una encontré los aromas cotidianos del hogar materno, mas, en ninguna de ellas pude descargar mi equipaje peregrino, mis maletas repletas de sueños mundialistas ni mis atragantados gritos de gol. Siempre supe que estaba de paso y que no podía anidar con segura convicción. Me limité, cual marinero amoroso, a tener mil novias en mil puertos y a querer cada una de las sedes con la pasión fervorosa de cada coito pero con la certeza que podría ser el último.

La Selección deambula por la geografía nacional sin rumbo cierto. La bitácora de viaje es impredecible y la Rosa del Viento pasa a ser un capricho de alcaldes, gobernadores, federativos y caprichos de DT. Tras ellos vamos nosotros. La grey ferverosa de trapos vinotinto, camisetas según presupuesto, micrófonos y consolas al aire, libretas, tambores, papelillo, laptops, silbatos, anís, mariguana, buses, aviones, gritos y trasnochos. Así hemos peregrinado, de la mano, medios y fanáticos, acompañando ese color carrubio de nuestra pasión.

En el Olímpico descargué mi primer desgarrador grito de gol y sentí la efusividad de un abrazo colectivo ante la joya de Mendocita a Colombia en 1969. También levité con Pedro Acosta cuando, ante Bolivia, logramos el primer triunfo mundialista.

El Brígido me cobijó para un empate ante Uruguay con el Conde Drácula en el banquillo. Unos años después sentí el rodillo brasileño pasarnos por encima con un montón de camisetas amarillas en las tribunas.

En Pueblo Nuevo toqué las puertas del Cielo cuando René le dobló las manos al Pato y yo casi le doblo la nariz a la hija del Cata que se sentaba a mi lado y por poco la noqueo. Años después, micrófono en mano, desangraba mi garganta con los goles del comienzo de la era Richard Páez. Sentí que me penetraban el cuerpo, cual arteras puñaladas, cada uno de los “OLES” que le cantaron a nuestro equipo mientras Brasil nos goleaba.

La Maracaibo de Di Martino nos hizo descubrir una plaza, casi inexistente en el fútbol local, pero irrefutable cuando no había más estadios disponibles en la Venezuela pre Copa América. Allí salió al mercado la camiseta mitad vinotinto, mitad amarilla y una pizarra de bienvenida a Brasil, cortesía del bonachón alcalde anfitrión.

De la mano de Farías disfrutamos las bondades de una Puerto La Cruz, cosmopolita y variopinta, de fácil acceso e inmensa capacidad hotelera, que amalgamó una heterogénea masa de todas las regiones que combinaban playa y fútbol, cobijados por un maravilloso estadio.

Puerto Ordaz fue otro destino que nos mostró Farías en su afán de buscar la fortaleza de la localía. Allí arrodillamos a una inmensa Colombia y sentimos el mazazo eliminador de los charrúas. Sabores agridulces de una sede de llenazos e himno a capella. Los aguaceros macondianos y las derrotas que marcaron la etapa de Sanvicente no cuestionan la validez del imponente Cachamay.

Ya habíamos estado en Barinas cuando Chile nos empató in extremis en la era de Rafa Santana, pero volvimos a corroborar que la escasez de vuelos y hoteles no se comparaba con el excelente gramado y la calidez de un público conocedor. De allí, brincamos a Mérida.

Las cumbres andinas y un público conocedor reclamaban, con derecho propio, el instinto de vestirse de vinotinto y pintarse la cara de tricolor. Un aeropuerto lejano y caótico no fue impedimento para que el peregrino de la Selección dijese: PRESENTE. Los minutos en que derrotábamos a Argentina, el golazo de Juampi, el estupor ante el empate gaucho y el apagón ante Brasil enmarcaron ese periplo.

Maturín entró en la ruleta vinotinto y coronó su apuesta. A trompicones remendaron el gramado del estadio más grande del país en el momento de las horas más bajas, en materia de resultados, de los últimos años. Dar puerta franca, regalar miles de entradas, fue la respuesta oficialista ante el reto de llenar ese gigante Monumental. En detrimento, un público disperso y poco habituado al tráfago futbolístico.

Barquisimeto y su afinidad con Dudamel levanta la lanza y emite gritos de guerra para participar en la verbena vinotinto. También, con el mismo derecho asumido y que le permitió a las otras ciudades cobijar nuestra Selección. Pero…y después qué?

Seguiremos siendo el único país del hemisferio que deambula persiguiendo sus fantasmas por todas las ciudades con alcaldes benévolos? Será que nunca encontraremos un bunker que se convierta en nuestra mayor fortaleza?

P.D.

Aprovecho este espacio para aclararle a mis seguidores de Twiter que en 140 caracteres es imposible plasmar una idea con las bondades que la prosa redactada nos otorga. Si alguna vez, en su momento, malinterpretaron algún comentario hecho a cualquiera de las sedes aquí mencionadas; por favor entiendan que no me mueve ningún interés mezquino ni ninguna pasión baja en detrimento de sus ciudades. Cuando algún día tengamos un estadio digno de la alta competencia, les garantizo que gritaré sin tapujos ni rodeos que la Selección debe jugar en Caracas. De momento…ojalá le pregunten a los jugadores y que ellos decidan.