El Fútbol en Cuentos

 

Vamos a comenzar el descenso…

 

Eso del descenso honestamente no lo quiero volver a vivir, porque querámoslo o no, tuvimos que necesitar de un favor o de un vacío legal para volver a donde nacimos y gracias a la vida, aún estamos aquí. Si no podemos armar un equipo para mantenernos, no me consta que podamos armarlo para subir. Mi espalda superior, siguiendo el surco de la columna vertebral, sudaba. La almohada no era cómoda y una costilla está seriamente amenazada por algo que entre dormido no podía distinguir. Escucho, no sé si con cierto aire de divinidad  o entre el sueño y la realidad, esa voz que en las películas simulan un mensaje de un ser divino, profético. A alguien le escuché decir la voz de Dios.

 

Esa voz, la que irrumpió en la tranquilidad y acabó con ella, dijo una frase lapidaria, mortal, desesperanzadora, “vamos a comenzar el descenso”, a partir de allí no hubo más comentarios de esa voz, fue un mensaje en seco y si es divina lo menos que yo esperaría es aliento de esperanza, de impregnarnos de fé, una palmadita verbal, pero eso jamás ocurrió.

 

Mis ojos, aún con vestigios de sueño, saliendo de eso que llamamos el quinto sueño, aunque atentos a todo, empezaron a ver movimientos alrededor. Siempre he sentido que el oído es el sentido sensorial que más atento está en medio del sueño, podemos estar durmiendo y escuchando pero no durmiendo y viendo, pero en este caso no, el oído y la visión iban de la mano. Yo no sólo había captado movimientos, sino conversaciones que cada vez subían más de tono, definitivamente esa voz que mis oídos habían captado como divina, había despertado pasiones. Lo que me despertó definitivamente fueron los gritos de un señor, con camiseta roja y blanca, quien salido de sus casillas, quizás el mismo que intentó agredir a los integrantes del equipo luego de aquel juego ante Caracas FC, que perdimos 2-1 y que teníamos que ganar para mantenernos lejos de la zona de descenso. El tipo, vocifera, palabras más o menos, “es su culpa, ustedes desde que agarraron el equipo, prometieron octogonal y copas, y aquí el único que tiene copas de despecho he sido yo”.

 

Yo, obviamente atraído por lo que ocurría alrededor, dirijo mi vista a los directivos, mientras mis manos frotaban los parpados no sé si por algo netamente natural o porque quería ver con más claridad lo que estaba presenciando. Los directivos, aún con la calma con que se dieron a conocer cuando compraron al equipo, tomaron una bebida que una chica con uniforme repartía entre los allí presentes.  Los Directivos torearon al aficionado, pero ese día había muchos toros y otro fanático, que estaba sentado en un grupo diferente siguió apuntando sus gatillos a la directiva argumentando que habían dejado ir jugadores que le dieron gol y juego al equipo, que los jugadores que habían traído navegaban entre la poca eficacia, la escaza experiencia y jerarquía. Uno que estaba a su lado tomó la palabra, sin levantar la mano y haciendo caso omiso a las normas del buen hablante, se descargó con los medios de comunicación que estaban allí tildándolos de cómplices y acomodados.

 

Los representantes de los medios tuvieron poco que decir, porque mientras esperaban respuesta, un directivo se limitó a decir entre dientes, como aquel niño que por primera vez corteja a la niña de sus ojos,  que ellos no ponían a los jugadores en la cancha. El Cuerpo Técnico, se sintió señalado, y aunque la mesura les ha acompañado desde que llegaron a la institución, no tuvieron tapujos en decir que la mayoría de los jugadores los trajeron sin su consentimiento, que había una plantilla base y que poco o nada podían hacer, porque hasta el cuarto refuerzo llegó a última hora.

 

Los jugadores también se sintieron increpados, y eso de que hay que pasar la página, ya no funcionaba, era ahí y ahora. La mayoría permaneció en silencio, sólo aquel que siempre sale en defensa de la plantilla siguió con el monólogo diciendo que ellos seguían trabajando y que nos íbamos a salvar, contrario a lo que había dicho de la voz divina. Allí fue donde me di cuenta, que la voz divina no sólo la había escuchado yo, que nada era producto de mi imaginación y que la divinidad nos habló. Entonces yo recordé cuando alguien dijo, Dios es académico, y yo dije, pues si no es, por lo menos está pendiente y eso suma.

 

Las discusiones cada vez se acaloraban más. La chica con uniforme se movía como balón en cancha, para allá y para acá. Con el tecito quería calmar a todos, pero era imposible. Directivos no se limitaron a culpar a Cuerpo Técnico, jugadores y Medios de Comunicación. El Cuerpo Técnico a la Directiva y los medios, allí empecé a intuir el por qué los jugadores no daban declaraciones post partido a  los medios, no sé si por un tema de organización o por línea comunicacional. Todo no paró allí, los jugadores continuaron siendo acusados por las barras, quienes les decían que no les ponían huevos, y como hasta la olla de presión revienta, uno de los integrantes de la plantilla le dijo que si por bulla era, la barra del Caracas puso más huevos que la afición local. Por un momento pensé que se iban a ir a las manos, pero no, el proverbio chino de que quien se va a las manos, es porque ya no tiene la razón, sobresalió en ese momento. Aunque los ánimos estaban en punto de ebullición.

 

Yo, mudo hasta ese momento, prefería mantenerme al margen. Recibí el té y creo que la sonrisa de la chica, quizás sintiéndose respaldada por mi neutralidad y con ello colaboración, me llenó más que el confirmado vasito de té. Obviamente nadie se iba a calmar con el preciado líquido, era tan poco, que no servía ni para pasar el trago amargo de los señalamientos que recibían. La chica pedía paciencia. Le vi, como a otros alrededor, cara de confusión, de no comprender lo que ocurría. Yo le podía dar una clase magistral de lo que estaba presenciando. El control de directivos por un lado, Cuerpo Técnico con  jugadores y aficionado por otro, se perdió totalmente. Era una completa gallera, donde además del orden, se había perdido el respeto y la mesura.

 

De pronto, esa misma voz que alteró el ambiente, que hizo sacar lo peor de parte de directivos, jugadores y aficionados, volvió a la escena, esta vez carraspeando la garganta como para llamar la atención. Ya no parecía una voz divina, quizás porque ya el sueño se había ido. Esa voz ya tenía acento, ya jugaba un poco entre lo sobrio y la risa de algo. Esa voz se hacía sentir y dice firmemente damas y caballeros, tomen sus asientos y abróchense el cinturón, recuerden que vamos a comenzar el descenso a nuestro destino. ¡Oh Dios!, la chica era la azafata y dejó de repartir el tecito, integrantes del equipo agacharon la cara y en silencio empezaron a retomar el orden en sus asientos. Nadie dijo palabra alguna, sólo unos víctimas de la gran confusión. se taparon la boca para no develar su risa ante tal caos y haber sido actor presencial de lo que quizás llevemos por dentro.

 

@jesusalfredo