¿Quieres ser Musiu Lacavalarie?

 

Hace un par de décadas, Hollywood nos regaló una ambiciosa cinta donde se fantaseaba la posibilidad de entrar en el cuerpo de un conocido actor y asumir su personalidad. Bajo el título de ¿Quieres ser John Malcovich? la película nos permitió, sin mayores repercusiones de crítica y taquilla, penetrar en el mundo de sueños irrealizables y navegar en las difusas aguas de lo inimaginable. Pero con absoluta seguridad y convencimiento, puedo aseverar que de poder escoger un personaje que me gustaría ser o haber sido, de seguro el nombre de Musiú Lacavalerie estaría encabezando mi abanico de opciones.

 

Al Musiú nunca lo conocí personalmente pero arrastro desde mi remota infancia la sensación de haber convivido con él y de haber pertenecido a su entorno. Esa cercanía no es casual. Su magnetismo envolvente emanaba esa afectividad sincera y estoy convencido que sus acciones fuera de cámara eran exactamente iguales que cuando estaba frente a las mismas. De allí que nunca necesitó recurrir a poses rebuscadas ni actuaciones fingidas. Siendo sencillamente él. Musiú. El muchachote de Maripérez. Así, sin más presentaciones se supo embolsillar los corazones de millones de personas dentro y fuera de Venezuela por varias décadas. Sentimiento que aún perdura intacto en la mayoría de nosotros.

 

Esa magia o magnetismo envolvente a la que me refiero, arranca sorprendentemente en la capacidad de atrapar a un niño sin cumplir diez años, quien prefería atornillarse a ver sus programas descartando caricaturas infantiles consagradas o las series de moda como El Zorro, Combate, Perdidos en el Espacio o los Agentes Fantasma. Ninguna opción en pantalla superaba la oferta de ese fogoso animador de sienes lustrosas (Brillantina Palmolive, por supuesto) que con su jovialidad ingeniosa y frases contagiosamente alegres nos entretenía en toda la extensión del verbo.

 

En estos días de su nombramiento al Salón de la Fama de nuestro béisbol, tuve la oportunidad de leer varias reseñas biográficas donde ponderaban su inmortal programa: ” El Batazo de la Suerte”, al cual intenté asistir para sus grabaciones en un vetusto teatro de la parte norte de mi parroquia Candelaria del cual no recuerdo el nombre, pero al que la desbordada multitud, no apta para niños de mi edad, jamás me permitió ingresar. Pero, sorpresivamente, en ninguna de esas reseñas resaltaron que ese monstruo de las comunicaciones llegó a tener cuatro programas semanales al aire simultáneamente. Algunos lectores de nueva data pensarán que se trata de un exabrupto pero el imán televisivo de Marco Antonio, suena raro ¿no?, era tan poderoso que nadie se cansaba de verlo permanentemente en la pantalla pues aparte de sus programas eran incontables los comerciales donde Musiú prestaba su voz e imagen. Todos queríamos vestirnos en Montecristo, pulir nuestros pisos con Ceras Johnson, manejar un Chevrolet y comprar joyas en Arte Katino.

 

Aparte del Batazo, los domingos, se asociaba con la Orquesta Los Mélodicos y allí, junto a Emilita Dago, Manolo Monterrey y una debutante Olguita Henríquez nos deleitaba con su capacidad musical en “Compre la Orquesta”. Los martes nos daba un recital de humor y agudeza mental con “Las Siete Llaves” y los jueves nos encandilaba de romanticismo y fino humor con “Operación Cupido”, donde unía parejas a ciegas en citas reales y, sin poder asegurarlo, me contaron que Musiuíto conoció a su esposa siendo invitado a participar en dicho programa. Reto a cualquier experto analista en comunicaciones, publicista, director de programación  o ciudadano de a pie a que me explique ese fenómeno de versatilidad, talento, espontaneidad y capacidad para mantener cuatro programas diferentes al aire simultáneamente. Vengan pa que lo vean!!!

 

Para quienes pertenecemos al mundo de las transmisiones deportivas, la Cabalgata Deportiva Gillette es la máxima expresión del simbolismo comunicacional. Tanto en radio como en televisión. Llegar allí es ascender al Olimpo de nuestra profesión y si nos trasladamos a la década del 50, cuando esas emisiones a nivel continental eran la panacea para cualquier locutor, pues allí llegó el Musiú. No tocó la puerta para entrar, sino que la derribó cual huracán. Adentro esperaban los monstruos del micrófono para el momento: Buck Canel, Felo Ramírez y Pancho Pepe Cróquer. Sobrios y consagrados. Tuvieron que sucumbir ante la avasallante personalidad del orgullo de Maripérez y abrirle un espacio, ganado merecidamente, en esa élite comunicacional. Esa etapa no la viví, pero al recrearla, se me eriza la piel ante la magnitud de tamaña gesta. 

 

Cuando los Tiburones de La Guaira conquistaron mi corazón y me robaron toda la pasión que podía generar, no se televisaban los juegos. Era ceremonia obligada mantenerse instalado cerca de un radio y seguir, diariamente, los episodios de la novena de nuestros amores. En ese ritual consuetudinario la voz de Carlos Tovar Bracho se nos hizo fiel estandarte del sentimiento escualo.

 

No puedo definir con exactitud en cual temporada llegó Lacavalerie a tomar las riendas del Circuito tiburón. Lo único que si puedo garantizar es que a partir de ese momento, escuchar los juegos pasó a ser, más que un gesto solidario, una delicia disfrutada en cada frase de ese genio. Me consta que hasta fanáticos leones y magallaneros de mi entorno, pedían escuchar los encuentros en la voz del fenómeno y se convirtió en ícono de nuestra novena, hasta el punto que hoy en día me encuentro con mucha gente que me confiesa sin tapujos: “Me hice fanático de los Tiburones por Musiú”.

 

Creo que no he ocultado en ninguna letra de este escrito mi sentida admiración por el Musiú. Tampoco fue mi intención hacerlo. Por el contrario, me jacto de sentirla y sería inmensamente privilegiado si, como locutor deportivo y comunicador de radio y tv, llegase a poseer un retazo de sus múltiples virtudes. Y si me atrevo a decir que me gustaría ser Musiú Lacavalerie es porque tengo pruebas fehacientes de su excelencia como padre, esposo y ciudadano ejemplar. Lo único que le faltó para redondear el juego perfecto fue haber narrado fútbol. No hubiese dejado para nadie!  Este es el tuyo, mi pueblo!!

 

Aunque considero que se tardaron en hacerlo, felicito a quienes hicieron posible el ingreso del Musiú al Salón de la Fama del béisbol y hago propicio tal nombramiento para homenajear a este monstruo de la comunicación con unas humildes letras. Distancia y Categoría.